Ángela



Capítulo 4



No sabía cuanto tiempo llevaba sentada en aquella butaca, había perdido la noción del tiempo. A través de la ventana de la habitación podía ver las grisáceas nubes que poblaban el cielo, un trueno sonó en la distancia. Me levanté de la cama de un salto y me quité la ropa, entré en el baño y me di una ducha de agua caliente. 

Media hora después, me miraba en el empañado espejo del baño. Mis ojos ahora eran de un rojo intenso, parpadeé y se volvieron negros, parpadeé de nuevo y adoptaron un marrón claro precioso. Sonreí. Aún no me acostumbraba a mi capacidad de cambiar de aspecto físico. Me enfundé unos baqueros desgastados, un jersey blanco de lana y unas botas de montaña. Peiné como pude mi rebelde cabello, pero finalmente me rendí y lo cambié de forma con la mente. Una larga melena negra con pequeñas hondas sustituyó a mi habitual revoltijo de cabellos.

Salí sigilosamente al pasillo de la planta superior de la mansión, eran las cinco de la mañana del jueves, por lo que todos estaban durmiendo aún. Debía darme prisa por salir, ya que el Instructor se levantaba a las seis en punto. Caminé de puntillas por el entramado de pasillos hasta la planta baja y salí al exterior. Una ráfaga de aire frío azotó mi rostro y sacudió mi cabello, me dirigí al bosque.

Rodeé la linde del bosque por espacio de una hora hasta llegar a un descampado. En él había diferentes arbustos y el suelo estaba repleto de coloridas flores mecidas por la brisa. Tras recorrer con la mirada el lugar, me dirigí hacia la chica que se sentaba en una roca plana unos metros más allá. Me senté junto a ella, se giró hacia mí y me sonrió.

-Pensaba que no podrías venir -Admitió.

-Yo también lo pensaba -Dije bajando la mirada.

-Tienes los ojos castaños -No era una pregunta. Parpadeé un par de veces y mis ojos adoptaron su habitual negro intenso.

Ambas permanecimos calladas unos minutos, absorbí la libertad y el aire puro que se respira únicamente en el campo. Tras haber pasado dos semanas confinada en la inhóspita habitación de la mansión, aquello me sabía a gloria.

-¿Qué eres? -Preguntó la chica de repente.

La miré alterada. Vaya, qué directa, pensé. Bajé la mirada y miré mis manos, que ya volvían a tener su habitual aspecto, me mordí el labio.

-¿Qué eres? -Repitió unos minutos después al ver que yo no contestaba.

-Soy... diferente -Contesté en un susurro. 

-¿Diferente?, ¿en qué sentido? -Soltó una risita-. Bueno, a parte de que acabas de cambiar el color de tus ojos con tan solo parpadear. 

Una silenciosa carcajada brotó de mis labios.

-¿Cómo te llamas? -Pregunté alzando la vista. La chica pareció titubear. 

-Ángela, ¿y tú?

-No creo que deba decírtelo -Dije en tono sombrío.

-¿Por qué? -Enarcó una ceja perfecta.

La miré. Era una chica realmente guapa. Su larga melena lisa rubio ceniza le llegaba hasta la cintura. Tenía el rostro en forma de corazón, de facciones muy dulces y suaves, decorado con dos ojos verde intenso y labios carnosos. Era delgada y de mediana estatura, sus manos eran pequeñas pero de dedos finos y largos. Siempre me fijaba en las manos, suspiré.

-No debo confiar en ti, y menos aún tú en mí. Corres peligro a mi lado, Ángela -Susurré. Me puse en pie suspirando-. Debo irme.

-Te espero mañana, aquí -Dijo con una sonrisa.

Su serenidad estando cerca de mí me era imposible, aún sabiendo que yo era extraña y diferente a todo lo que ella conocía, mantenía esa incomprensible tranquilidad. Me volví y comencé a caminar por la linde del bosque, cuando su voz sonó a mi espalda.

-¿Eras tú la que estaba aquella noche en el callejón? 

Recordaba aquella fría noche, intenté atraparla, pero vacilé. Jamás me perdonarían un tercer error con aquella chica, la próxima vez que la viera todo acabaría. Seguí caminando sin volverme y dejando en el aire su pregunta.


SARA  

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