El Instructor



Capítulo 3


-¡Estás loca! -Gritó enfurecido.

Respiré hondo y agaché la cabeza, miré mis manos todavía ennegrecidas y manchadas de sangre seca. Habían pasado varias horas desde que había salido de la clase, la chica me acompañó hasta la calle y me despidió con la mano, ajena al peligro que corría junto a mí. Ahora estaba en el recibidor de la mansión en la que todos vivíamos escondidos de la sociedad. En cuanto entré por la puerta, el Instructor me abordó con gritos y reproches, lo que provocó que mis compañeros saliesen de sus respectivas habitaciones de la planta superior a ver qué pasaba.

-¡Ella no es tu amiga! ¡Deberías haberla traído, no haber simpatizado con ella! ¡Es una mortal! -Bramó el Instructor-. ¡Respóndeme!

-Sí, señor -Susurré con voz ronca.

-¿Sí, señor?, ¿eso es todo lo que se te ocurre? -Gritó aún más enfurecido-. ¡Ve a tu habitación de inmediato y no salgas de allí hasta que te lo ordene! -Ordenó con voz en grito.

Asentí lentamente y subí a la planta superior por la majestuosa escalinata, cabizbaja. Soportando las miradas acusadoras y los cuchicheos de mis compañeros por los pasillos, entré en mi habitación y me encerré dentro con un fuerte portazo, me tendí en la cama bocabajo. Respiré hondo y me enjugué las lágrimas que se derramaban silenciosamente por mis mejillas. 

Era injusto. Aquella chica era simpática, me había prestado su ayuda y salvado de mis captores sin pedir nada a cambio y sin comprender qué estaba ocurriendo. Tan solo había sonreído y me había tendido un pañuelo. ¿Era eso normal? Jamás ninguna de mis misiones me había tratado con amabilidad, al contrario, solía hacerlo yo para atraerlos hasta mí y ganarme su confianza para que fuera más fácil la posterior captura. Pero esta vez era diferente, aquella chica de la que ni siquiera sabía el nombre parecía saber algo que las demás víctimas no sabían. Estas cavilaciones hicieron que me estremeciese con una extraña inquietud. ¿Sabría algo? No. Eso era imposible. Respiré profundamente e intenté relajarme.

Entonces, alguien tocó la puerta. Levanté la vista que tenía clavada en el suelo y la miré indecisa. Volvió a sonar un golpetear de nudillos en la madera blanca. Me levanté lentamente y abrí la puerta temerosa de que fuera el Instructor y me anunciara el castigo que seguramente me tenía preparado. En vez de eso, Aaron entró en mi habitación y se abalanzó sobre mí. Me envolvió entre sus brazos con fuerza y cerró la puerta de la habitación con una patada.

-¡Nicole! -Exclamó con un tono de voz angustioso.

Me apartó de si y me miró con el ceño fruncido y una expresión de angustia en la cara. 

-He oído los gritos. ¿Qué ha pasado? 

Suspiré. Ambos nos sentamos en mi cama y comencé a relatarle las razones del enfado del Instructor. Aaron era mi mejor amigo desde siempre. Nos ayudábamos mutuamente con las misiones, ya que a veces era difícil continuar con nuestra complicada tarea. Medía metro setenta y tres, llevaba el castaño cabello corto al igual que los demás chicos de la mansión. Tenía unos penetrantes ojos negros que parecían atravesar el alma de la persona a la que miraba y saber todo lo que esta pensaba. Su complexión era fuerte, más de lo normal entre los nuestros, esto hacía que fuera uno de los preferidos del Instructor. Sus misiones eran las más difíciles y complejas, se le encomendaban los mortales de mayor alcurnia y los más difíciles de capturar. 

Al término de mi relato, Aaron me abrazó con fuerza y enjugó mis lágrimas. Ambos sabíamos que el Instructor no tardaría en comunicar mi castigo por no haber cumplido con mi misión cuando tuve la oportunidad, sino que dejé que me ayudase en mi debilidad desobedeciendo así el código establecido por los míos. Enterré la cabeza en el hombro de Aaron y me rendí ante el sentimiento de temor y culpabilidad que crecía en mi pecho rápidamente.


SARA  

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