Grupos


Capítulo 5

Bajé corriendo la escalinata de mármol y torcí a la derecha, entré en el gran comedor. La estancia estaba presidida por una gran mesa de caoba con una fina lámina de cristal encima de su superficie, veinte sillas estaban dispuestas a su alrededor, tapizadas con terciopelo escarlata. Las paredes estaban revestidas con un cerco de madera oscura que decoraba la mitad inferior, dorados candelabros con velas escarlata y una araña de cristal iluminaban la estancia. Al fondo, las llamas crepitaban en el interior de una gran chimenea de mármol blanco, caldeando ligeramente la gran estancia. 

Tomé asiento en una de las sillas más cercanas al fuego, el día se había despertado frío y nublado y estaba helada a pesar de las tres capas de ropa que me había enfundado. Sentados a la mesa, tan sólo estábamos Marie, la chica con el oído más fino y la más sigilosa de toda la mansión, Leandro, el chico más fornido y bruto que había visto jamás, Carrie, la joven más inteligente con un coeficiente intelectual que escapaba a la comprensión de los científicos, y yo, la chica que cambiaba de apariencia a su antojo. Los cuatro permanecimos en silencio mirando los platos vacíos que teníamos frente a nosotros hasta que los demás fueron llegando.

Primero, el grupito de deportistas. El grupo estaba formado por tres chicos, fuertes, egocéntricos y atléticos, y una chica, Lara. Esta última era la típica jefa de animadoras de instituto con minifalfa y top, y una melena rubia deslumbrante. Los deportistas se sentaron en la parte central de la mesa y comenzaron una animada conversación sobre darle una paliza a alguien. 

El segundo grupo que entró en el salón fueron los del grupo de lectura, tres chicas y dos chicos. Los cinco se pasaban el día en la siniestra biblioteca de la tercera planta leyendo, jugando al ajedrez y haciendo estrategias ingeniosas para las misiones de los deportistas, que no les hacían bromas de mal gusto a cambio de ellas. Se sentaron en la zona más alejada del fuego, junto a la puerta, y permanecieron en silencio. 

Por último, entraron Lauren, Manuel y Aaron, mi grupo entre comillas. La primera tenía el práctico poder de mover los objetos inanimados con la mente, aunque aún tenía que perfeccionarlo ya que la última vez que lo utilizó un candelabro le cayó a Leandro en la cabeza, lo que no le hizo mucha gracia. Manuel era la mano derecha del Instructor, nos informaba de las misiones, repartía la información de nuestras correspondientes víctimas y le llevaba al Instructor cafés a su despacho en la última planta, por lo que subía las escaleras incontables veces al cabo del día. Aaron se sentó a mi lado, y Lauren y Manuel enfrente de nosotros. El Instructor entró con paso firme en la estancia escasos instantes después, con su habitual apergaminada y grasienta cara, y una mueca de disgusto. Se sentó en el mismísimo centro de la alargada mesa y dio dos fuertes palmadas que resonaron en toda la estancia. La puerta de servicio que había en la pared de enfrente del Instructor se abrió, camareros pulcramente trajeados salieron con sendas bandejas en las manos y fueron sirviendo a los comensales la abundante comida que se había preparado en las cocinas. 

Minutos después, Manuel se levantó y mostró unos papeles que sostenía con ambas manos. Miró al variopinto grupo que conformábamos y tragó saliva ruidosamente, miró al Instructor, que seguía comiendo ferozmente un muslo enorme de pollo, sin mirarle. 

-Bien, eh... -Tartamudeó Manuel- Estas son nuevas misiones para algunos de vosotros. El señor Instructor considera que algunos no os habéis comportado correctamente con respecto a vuestra actual misión, por lo que se os asignará otra acorde con vuestras...habilidades. 

Manuel recorrió la mesa repartiendo las misiones, se paró a mi lado y me entregó un par de hojas. Las miré con el ceño fruncido y con una mezcla de decepción y vergüenza. Rachel era el nombre de mi nueva víctima. Suspiré y comencé a leer la información sobre la chica, pero una voz sobresalió del revuelo que habían formado mis compañeros.

-¿Ángela? 

Levanté la vista bruscamente. Leandro miraba con expresión divertida y triunfante al Instructor, una cruel y despiadada sonrisa se dibujaba en su anguloso rostro. El nombre de mi anterior víctima resaltaba en negrita en la página que sostenía en sus manos.



SARA  

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