La siniestra melodía






Aquella extraña melodía la perseguía desde hacía semanas, pero no podía recordar cuántas. Era un conjunto de notas musicales siniestras, suaves e irreconocibles que le helaba la sangre cada vez que llegaba a sus oídos. 
La primera vez que la había escuchado, estaba tocando el piano. Aquella corta melodía resonó en toda la estancia en la que se encontraba. Con tan sólo unas notas, aquella música consiguió mantenerla en vela durante toda la noche y que al día siguiente estuviera más nerviosa de lo que era habitual en ella. Conforme pasaban las semanas, su insomnio y malestar comenzaban a ser casi insoportables.
El día en que todo terminó fue el uno de octubre, fue un año que recuerdo nítidamente. 

Mónica recorría el aparcamiento de la facultad hacia su coche después de tres horas de clase. Divisó su coche casi de milagro entre la densa niebla que se cernía ahora sobre el aparcamiento. Subió a él y puso la llave en el contacto. La radio se encendió en cuanto hubo corriente en el coche. 
Mónica condujo con precaución hacia su casa mientras cantaba al son de la radio. Una vez hubo acabado la canción, un extraño sonido inundó el coche. La joven miró extrañada la radio, temiendo que no hubiese señal ya que una tormenta parecía avecinarse. La cúpula celeste estaba teñida del gris de las nubes que la surcaban, y un gélido viento envolvía la ciudad que se alzaba al lado de las montañas. 
El extraño sonido se convirtió paulatinamente en la siniestra melodía que Mónica oía por todas partes desde que la escuchó en el estudio de música. La joven paró el coche bruscamente en medio de la carretera y miró aterrada la radio, apagó el aparato inmediatamente. Tragó saliva con fuerza y volvió a ponerse en marcha, pero se detuvo de nuevo inesperadamente.
En medio de la calzada, frente a su coche, había un hombre. Vestía una capa hecha jirones con capucha, que le ocultaba la mayor parte del rostro. La joven abrió mucho los ojos y bajó del coche, indecisa. Su cuerpo temblaba a causa del frío ambiente que había en el exterior, una leve llovizna comenzó a caer de las nubes grisáceas. 
Avanzó lentamente hacia el hombre, que permanecía inmóvil en medio de la calzada, cuando estuvo a escasos metros de él, pudo ver su boca. La joven se detuvo y frunció el ceño. La boca del hombre estaba pálida, casi gris, y estaba cosida con cordones negros. Los labios estaban teñidos de sangre. Mónica separó los labios para preguntarle al hombre si necesitaba ayuda, pero de repente, la radio de su coche se encendió misteriosamente y emitió a todo volumen la siniestra sucesión de notas que ella comenzaba a temer. Se dio la vuelta lentamente hacia el coche, con el corazón en un puño. De súbito, los brazos del hombre la agarraron con fuerza y le clavaron las uñas hasta casi hacerle sangre. Mónica gritó con todas sus fuerzas, pero sabía que era inútil, aquella era una calle desierta por la que pocos vehículos circulaban. El hombre le puso una bolsa teñida de negro en la cabeza y la arrastró hacia uno de los laterales de la carretera. 
Poco a poco, mientras el hombre seguía arrastrándola, Mónica dejó de resistirse. Sentía que su cuerpo dejaba de responder sus órdenes y se guiaba por el hombre que la retenía. La cabeza le daba vueltas y había perdido totalmente la noción del espacio, por lo que no sabía dónde estaba. Minutos después, el hombre se paró y le quitó la bolsa de la cabeza.
Lo primero de lo que la joven fue consciente, fue de que se encontraba frente a un empinado barranco de más de cien metros de caída libre. La flora del barranco era densa y extremadamente verde, Mónica sintió ganas de llegar hasta ella. Miró al hombre, que se mantenía a unos metros de distancia, observándola. La joven cerró los ojos, separó los labios y comenzó a cantar. La melodía brotó de sus labios fluidamente, como si llevase cantándola durante toda su vida. 
El sonido se extinguió lentamente segundos después, sintió que sus labios se cerraban dolorosamente y que la piel se le perforaba, pero nadie la tocaba. No se resistió en ningún momento. 
Cuando dejó de sentir el insoportable dolor en sus labios, abrió los ojos lentamente, en su mente se formaba una única idea. Tan clara y precisa que sabía perfectamente qué movimiento tenía que hacer en cada momento, algo la guiaba y controlaba. Algo que no podía entender o intuir, pero que debía obedecer. Tenía una misión.



SARA   

0 comentarios:

Publicar un comentario